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miércoles, 13 de junio de 2007

Un certificado

Siempre me ha gustado recibir cartas pero de un tiempo a esta parte escasean por culpa de Internet.
Recuerdo muy bien cuando te abrí la puerta por primera vez, hace ya tres años.
-Un certificado-dijiste echándome un rápido repaso.
Acababa de salir de la ducha y me había puesto lo primero que encontré, un vestidito de tirantes tan desgastado que mostraba más que lo que tapaba y como casi no me había secado, la tela se pegaba a mi piel como un guante.
-Es por el frío-te dije al ver tus ojos pegados en mis pezones mientras firmaba el resguardo.
Esperaba que te cortaras y te fueras rápidamente avergonzado. ¡Qué ilusa! No te conocía.
Sin darme tiempo a reaccionar te colaste en casa, cerraste la puerta con un meneo de caderas, metiste las manos bajo mi vestido y cogiéndome por la cintura me acercaste a ti mientras tus labios se pegaban a los mios. Todavía no sé por qué no te rechace pero me deshice cuando tus dedos empezaron a acariciar mi sexo y susurrándome al oído me dijiste: "¿Mejor ahora, preciosa?" De ahí a revolcarnos como locos por el suelo del recibidor solo hubo un paso.
Me usaste como quisiste y mis gritos de placer se debieron de oír por toda la escalera pero en aquel momento no estaba pensando precisamente en eso.
Me debí de quedar dormida y cuando desperté ya se había ido, todavía tenía su olor en mi piel y aunque agotada si hubiera estado a mi lado...

Fue duro aguantar las miraditas de los vecinos, señal de que me habían escuchado y que me habían clasificado de chica fácil por decirlo de una forma suave pero me lo compensabas con creces. ¡Seguro que era la única usuaria de Correos a la entregaban las cartas en persona!
Me aprendí tu piel de memoria, mi lengua conocía el lugar exacto que hacía que explotaras y te derramaras entre gritos la mayoría de veces sobre mi.
Me volvía loca sentir tus manos extendiendo tu semen sobre mi pecho y después tu lengua lamiéndolo para besarme inmediatamente compartiendo tu sabor, mi sabor.
No quedó lugar de la casa que no recorriéramos, ni postura que no intentáramos. Cada vez que sonaba el timbre rezaba a todos los dioses para que fuera una nueva carta.
Nos conocemos tanto y sin embargo, todavía hoy desconozco tu nombre, tu vida, tu teléfono, tu dirección... Somos dos desconocidos unidos por una pasión inexplicable y eso hace que volver a tenerte sea especial.

Fueron pasando los años y las cartas se fueron espaciando lo que hacía que cada encuentro fuera más apasionado, casi con desespero como si fuera la última vez que nos íbamos a ver. Hasta que llegó el momento que tanto habíamos temido, las cartas dejaron de llegar.
Todos mis amigos y amigas se han pasado al messenger y las únicas cartas que llegan son los recibos del banco y esos no los repartes tú.
Me suscribí a una colección horrible de muñecas chochonas con el único fin que las trajeras a casa pero resultó que las traían por Seur.
Soborné a mis parientes para que dejaran de usar el teléfono y escribirán cartas pero no pasaron de la primera.
Me suscribí a mil y un boletines informativos pero... eso tampoco compete a Correos.
Por fin encontré la solución, ¡la teletienda acudió en mi ayuda! Tengo la casa llena de trastos inútiles y mi cuenta bancaria empieza a rozar los números rojos pero cada vez que suena el timbre y escucho tu voz diciendo: "Un certificado" un escalofrío recorre mi columna y el calor inunda mis entrañas mientras te abro la puerta.

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