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miércoles, 3 de diciembre de 2008

El Retrato

Nuestras miradas se cruzaron un instante, apenas el tiempo suficiente para reconocernos en medio de toda aquella gente que llenaba el vagón del metro. Una sonrisa iluminó nuestras caras al mismo tiempo que los dos desviábamos la mirada, como cada día desde hacía una semana. Desde aquel martes en que coincidimos por primera vez en el mismo vagón, a la misma hora y nos miramos con aire ausente, como se suele mirar en el metro.
Estábamos juntos aunque separados por docenas de personas durante tres paradas y luego él desaparecía entre la multitud, cargado de libros para volver a aparecer al día siguiente. No nos habíamos hablado, ningún gesto nuestro invitaba a un avance y sin embargo nos sonreíamos de forma instantánea al vernos.
Aquel día al bajar del vagón se le cayó una libreta al suelo. La recogí pero era demasiado tarde. Él, no se había dado cuenta de la pérdida y se perdía entre la gente del anden mientras el metro reanudaba la marcha.
Juro que no quería mirar pero mi curiosidad fue mas fuerte y nada mas llegar a casa me puse a ojear el cuaderno. En la cubierta su nombre, Javier Martín. Las siguientes hojas eran apuntes de matemáticas. Los números y las formulas, perfectamente alineadas, formulas perfectamente alineadas, rellenaban las hojas. Tenía una escritura redondeada y clara. Y utilizaba el rojo para subrayar títulos y frases importantes. Sin duda era un hombre muy ordenado. De repente... ¡Sorpresa! Un retrato a lápiz de una mujer desnuda, de rodillas, con una mano en el pecho y la otra en sus labios. No era una figura perfecta ni mucho menos. Caderas y piernas gruesas, barriga, pechos pequeños. El rostro era bonito enmarcado por una melena rizada, embellecido por la expresión de placer que se reflejaba en él.
De repente me di cuenta de que la mujer del retrato se parecía bastante a mi, pero no podía ser. Una casualidad sin duda.
Fui hasta mi habitación y me desnudé. Me puse de rodillas frente al espejo imitando a la mujer dibujada. Me solté el pelo y coloqué una de mis manos en el pecho izquierdo, la otra en los labios, lamiendo uno de mis dedos. Solo tenia que poner la expresión y .........¡Era yo!
Por increíble que me pareciera, aquel chico me había imaginado desnuda y lo había plasmado en su libreta de apuntes. Mi mente empezó a fantasear. Soñaba despierta que posaba para él. Acariciaba mi pecho, pellizcando suavemente el pezón endurecido. Lamía mis dedos, los pasaba por mis labios y me mojaba el cuello con ellos sin dejar de mirarme al espejo, como si él estuviera detrás captando mis movimientos para dibujarlos en un papel.
Me excité y mi mano descendió hasta mi sexo. Acaricié el vello suavemente, entreabriendo los labios. Mi única preocupación era que él me viera a través del espejo. Mis dedos tocaban levemente mi clítoris hinchado y notaba como me mojaba por momentos. Los gemidos llegaban a mis oídos amortiguados como si no salieran de mi boca. Chupaba mis dedos y mojaba con ellos mis pezones. El orgasmo llegó casi instantáneo y el espejo me devolvió la imagen de una figura desmadejada, mis muslos atrapaban una de mis manos, la otra sobre el suelo cerca del cuaderno abierto, la cara inclinada, ojos brillantes, labios entreabiertos. Ahora mi expresión era muy parecida a la del dibujo. Sonreí hacia mi reflejo y me besé a mi misma posando mi boca sobre la fría superficie.
Le di muchas vueltas antes de decidirme a devolverle la libreta. Me fascinaba su letra redonda y perfectamente alineada, sin borrones y el dibujo se había convertido en una obsesión y me masturbaba diariamente frente al espejo con el solo fin de que mi cara alcanzara el placer que él había dibujado en una hoja de papel.
Seguíamos viéndonos cada día y nuestros hábitos eran los mismos: mirada, sonrisa y olvido. Sin embargo en un par de ocasiones sus ojos se quedaron fijos en mi. Entonces yo notaba un cosquilleo en mi nuca, inevitablemente buscaba la causa y allí estaba él, a un palmo de mí interrogándome con su examen silencioso. Lo sabía, seguro que lo sabía y yo, cobarde como siempre, no me atrevía a ir más allá.
Hoy se lo devolví. Apenas me contesto con un gracias apresurado que me permitió oír su voz por primera vez. Era grave y a la vez suave, muy varonil. Sin duda sería un elemento más a añadir a mis fantasías solitarias.
Esperé todo el fin de semana una llamada suya. ¿Quizás no habría abierto el cuaderno? ¿Tal vez seguía en el fondo de su mochila? O mucho más simple, yo era una idiota rematada que me había hecho ilusiones sin ninguna base y encima me ponía en ridículo delante de él escribiendo mi número de teléfono y dirección a los pies del retrato. ¡Cómo podía ser tan infantil! Mi nerviosismo se incrementaba por momentos, el encierro voluntario se me hacía eterno. Recordaba cada palabra que escribí junto al retrato: “Llámame. Te necesito. Laura”
Le enviaba mensajes mentales creyendo ciegamente en la telepatía. Pronunciaba su nombre una y otra vez, pero nada funcionó. El aparato se obstinaba en seguir mudo y yo ya estaba anímicamente destrozada y con una decisión tomada. No volvería a verle, cambiaría el horario.
Eran las doce de la noche del domingo cuando el sonido metálico del teléfono me despertó. Me había quedado dormida en el sofá. Miles de hormigas se instalaron en mi estomago aún antes de descolgar el auricular. ¿Sería él?
-Si, diga.
-Me gustaría que te desnudaras y posaras para mí.
Mi respiración se aceleró. Era él. Tardé unos segundos eternos antes de contestar. En mi mente reinó el caos. Se había llenado en un instante de imágenes suyas mezcladas con retratos a medias y con mi cuerpo desnudo.
-De acuerdo- atiné a decir -¿Qué debo hacer?
-Deja la puerta de tu casa abierta. Desnúdate. Coge el foulard rojo de seda que llevabas el otro día y véndate los ojos. Espérame de rodillas en tu salón.
Colgó. Mecánicamente seguí sus instrucciones. Mil y una dudas me asaltaban. Tenía miedo y a la vez estaba más excitada que nunca. Mis nervios estaban a flor de piel, pero no había marcha atrás.
Llevaba un par de minutos arrodillada en el salón cuando oí cerrarse la puerta de la calle. Mordí ligeramente mis labios para no gritar. Estaba arriesgando mucho. No sabía quien era el dueño de los pasos que se acercaban a mí.
Sus labios sobre los míos me relajaron al instante. Fue un beso largo pero suave. Soltó mi pelo y éste cayó sobre mi espalda y pecho cubriendo a medias mi desnudez. Sus manos acariciaban mi rostro, limpiando las dos lágrimas tontas que se deslizaban por mis mejillas. ¡Era feliz! Sus dedos recorrieron todo mi cuerpo: el cuello, los pechos, mi abdomen, mis muslos, mi columna. Me hacía saltar como un resorte, tenía toda la piel erizada, me sentía deseada y quería que aquel hombre me poseyera salvajemente.
Creo que podía leer mi pensamiento porque me susurro al oído mientras mordisqueaba el lóbulo de la oreja “Tranquila cariño, disfruta del momento”.
Sus dientes marcaban mis pezones, imperceptiblemente primero, con suavidad después y por ultimo con avidez. Esa mezcla de placer y dolor me hacía gemir cada vez más fuerte. Descubrió mis ojos y me miró sin dejar escapar su presa de su boca. Buscaba mi aceptación cuando de sobras sabía que me tenía rendida.
Separo un poco mis muslos y su lengua recorrió mi sexo húmedo, ansioso de él y subió hasta mi boca para compartir el sabor salado de mi sexo.
Una de sus manos recorría mi espalda mientras que la otra hundida en mi sexo, acariciaba los suaves labios, entreabriéndolos y alcanzando mi clítoris. Estaba al borde del orgasmo cuando de repente dejo de besarme, su caricia se hizo más suave y mirándome a los ojos me pidió que me masturbara para él mientras me dibujaba.
No lo dude y mis dedos sustiyeron a los suyos en mi sexo y volví a pellizcar mis pezones sin dejar de acariciarme. Me balanceaba lentamente para incrementar el placer mirándole fijamente a los ojos.
El lápiz se movía rápidamente sobre el papel y su cara expresaba un placer dolorosamente contenido cada vez que me miraba y me oía gemir. Su sexo erguido ante mí palpitaba y brillaba cubierto de diminutas gotas de semen imposibles de contener.
Era una imagen tremendamente sexual, mucho más erótica que cualquiera de mis fantasías de días atrás. Mi vagina se contrajo alrededor de mis dedos, jadeaba y cerrando los ojos me abandoné al placer. No se había disipado aún el orgasmo cuando le sentí tras de mí. Me mordía la nuca. Acariciaba mis pechos y me inclinaba suavemente hacia delante hasta acabar a cuatro patas. Su sexo se hundió en mi lentamente, gozando cada milímetro de su avance hasta acabar llenándome. Me cogió de las caderas y me empujó contra él fuertemente. La pasión contenida se desbordó, el instinto sustituyó lo aprendido, los movimientos eran cada vez mas rápidos, sus manos eran garras clavadas en mis caderas, gritábamos y un nuevo orgasmo me sacudió. Todo mi cuerpo temblaba pegado al suyo y él seguía envistiéndome ajeno al cansancio, encadenando mis orgasmos hasta que con un grito cayó sobre mí. Sentí su semen caliente inundar mi vagina que palpitaba fundida a su pene.
No sé cuanto tiempo permanecimos así, tumbados sobre el suelo uno sobre el otro. No quería moverme para no deshacer la magia del momento. Su aliento en mi nuca hacía que mi excitación no disminuyera. Los dedos de una de sus manos jugaban con mis pezones que estaban muy sensibles tras la serie de orgasmos, la otra acariciaba mis muslos ascendiendo hasta mi sexo, notaba su sexo endurecerse sobre mis nalgas.
Uno de sus dedos empapado en mis jugos acariciaba mi ano, mojándolo y penetrándolo lentamente. Todo mi cuerpo se tensó expectante ante la nueva caricia.
-Relájate mi amor, lo voy a hacer muy suavemente. Te gustara- Me dijo tranquilizadoramente ignorando que yo lo deseaba tanto como él. Poco a poco su dedo fue entrando en mi, sus besos por mi cuello se incrementaron, su otra mano acariciaba los labios de mi sexo recorriéndolos poco a poco, rozando mi clítoris levemente, enredándose en mi vello. Otro de sus dedos acompaño al primero iniciando un leve movimiento. Mis caderas que buscaban mas placer se movían hacía él. Sus dedos fueron sustituidos por su sexo, un leve dolor fue rápidamente transformándose en una sensación indescriptible. Me gustaba tenerle allí, lo deseaba cada vez más. Sus manos agarraban mis caderas, mis pechos, tiraban de mi pelo. Sus gemidos eran roncos. Nuestros cuerpos ardían y de nuevo el placer se derramó entre nosotros. Lo ultimo que vi antes de dormirme entre sus brazos fue mi retrato caído en el suelo cerca de nuestras caras aun más hermoso si cabe que el que yo ya conocía.
A veces me parece reconocerle entre el montón de gente que llena los vagones del metro. Busco su mirada huidiza, su sonrisa y el cuaderno marrón que siempre le acompaña pero hace mucho tiempo que no nos encontramos aquí, exactamente dos años.
El principio de nuestra vida en común vino acompañado de un cambio de trabajo y en consecuencia el final de nuestros viajes compartidos. Lo añoro y él lo sabe y cada noche trata de compensarme con una nueva caricia, un dibujo improvisado o una flor recogida en el camino.
Hoy creo que lo veré, no trabaja e imagino que encontrará mi nota junto a al retrato de nuestros cuerpos desnudos entrelazados: “Línea azul. 22.30, vagón seis. Te necesito. Laura”

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