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jueves, 11 de diciembre de 2008

Simplemente Teresa

Estaba viendo una película cuando oí el ruido de la llave en la cerradura. Entró cantando como de costumbre. Enseguida el aire se llenó con su perfume y las mariposas de mi estómago se alborotaron inquietas. Llenó con su sonrisa el salón y vino directamente a sentarse sobre mis rodillas. Sus labios eran dulces. Soltó una risita al notar mi erección y volvió a besarme antes de levantarse apresurada diciendo que se iba a poner cómoda. Estaba ya casi en la puerta cuando se volvió y me dijo:
-¡Se me olvidaba! Tienes una postal.
Giró sobre sus talones y la extendió hacía mí ignorando mi cara de desencanto En ese momento lo único que me interesaba era volver a tenerla sobre mis rodillas.
-Por cierto, ¿Quién es Teresa?


Ella dormía con la cabeza recostada sobre mi hombro. Una mata de pelo negro y rizado cubría parte de su cara y hombros y bordeaba unos pezones pequeños y puntiagudos duros como la punta de clavo. Eran tan sensibles que en ocasiones no podía evitar estar horas y horas acariciándolos, lamiéndolos, retorciéndolos, mordiéndolos, atento a los cambios en su cara que el placer iba provocando.
Me encantaba ver como su cuerpo se arqueaba y una fina película de sudor cubría su piel sedosa segundos antes de que los gemidos fueran tan incontrolables que ella, en un afán inútil de no escandalizar a los vecinos, trataba de ahogar mordiéndose los labios. Me miraba entonces de esa manera tan particular suya, mezcla de súplica y desafío que daba a su cara aniñada ese aspecto de mujer fatal, viciosa e insaciable que tanto me excitaba, y que sin duda era uno de los atractivos principales entre su numerosa clientela.
Cuando el orgasmo estallaba en su mente, su cuerpo desmadejado se agitaba convulsivamente, empapado. Sus piernas hasta entonces abiertas esperando una penetración que no llegaba, se cerraban con tanta fuerza que las rodillas una contra la otra pasaban del blanco natural de su piel a un color casi traslucido. Se diría que huesos y venas pugnaban por escapar del estuche de carne que les rodeaba. Yo seguía acariciándola con suavidad, sin poder dejar de mirar su cara de satisfacción: mejillas encendidas, ojos cerrados, sonrisa de Mona Lisa. Dejaba escapar entonces esos gemidos de recién nacido que tanto me asustaron la primera vez que los oí porque pensé que lloraba.
A veces era malo, lo reconozco y antes que pudiera recuperarse mis dedos ya pellizcaban y retorcían esas pirámides oscuras que coronaban sus pechos excitándola de nuevo y provocándole un nuevo orgasmo mas fuerte que el anterior y antes de que el mecanismo secreto de su cuerpo la hiciera cerrar las piernas la penetraba con fuerza y me moría de gusto al sentir mi sexo aprisionado por las paredes palpitantes de su vagina. Me enervaba oírla gritar sin moderación mientras yo la embestía una y otra vez ciego de placer, inmovilizándola con mi cuerpo y fundiéndome con ella hasta que la sangre se me espesaba en algún punto de mi estómago, mi mente estallaba y me desplomaba sobre ella mientras me vaciaba en el infierno de su vientre.

No tenía un cuerpo de modelo pero a mí siempre me había parecido preciosa. Estar con ella era como internarse en un paisaje interminable de colinas por explorar que invitaban a perderse en ellas para siempre. Se conservaba bien a sus cuarenta años, era coqueta y aún en los momentos en que la pasión desencaja los cuerpos, enreda cabellos y diluye maquillajes ella sabía como sonreír, como entornar los ojos o simplemente como adoptar una pose lánguida de gata satisfecha que la hacía la más atractiva de las mujeres o al menos eso me parecía a mí, que nunca logré quitarme del todo el miedo, atracción y respeto que me provocó su aparición en el dintel de su puerta aquella primera vez.
Yo tenía veinte años y una calentura cultivada durante cuatro largos años. Cuatro años de amores solitarios y aventuras furtivas que acababan en un polvo apresurado que aliviaba el cuerpo momentáneamente pero que no se parecía ni remotamente a las fantasías acumuladas en intensas noches de toqueteos frenéticos y largos días de estudio y trabajo rodeado de mujeres que me consideraban el mejor amigo del mundo y no se planteaban ni por un momento que quizás también podía ser el mejor amante.
La idea de pagar por sexo me pareció descabellada desde el primer momento pero no la deseché y se enquistó en mi cerebro como quien no quiere la cosa y fue conquistando espacio con una velocidad de vértigo arrasando todas las imágenes que habían poblado mis más oscuros deseos durante años.
No sé que fue lo que me hizo decidirme pero después de leerme a fondo la sección de contactos la elegí a ella, quizás porque era la única que no ofrecía mil y una técnicas amatorias con absurdos nombres de idiomas.
El texto de su anuncio era escueto:
“Mujer de 40 años cariñosa y con ganas de hacerte feliz. Teresa, 659456382”
Recorté el anuncio y lo guardé en la cartera. Tardé más de un mes en sacarlo de allí, unas cuantas horas en llamar y unos cuantos titubeos antes de quedar con ella dos días después.
Su voz me decidió. Era grave pero cálida, sugerente, envolvente. Me hizo suspirar, estremecerme y derramarme empapado en sudor esas dos largas noches de espera tan solo con rememorarla. “No podía ser de otra manera”- pensé cuando pude ponerle cara y cuerpo.
-Pasa, no te quedes en la puerta-me indicó con una sonrisa franca y nada afectada.
Yo no sabía como comportarme pero todo fue más fácil de lo que pensaba. Ella era una profesional y tras cobrar por adelantado lo convenido, me hizo sentar en un sofá y me puso una copa de whisky entre las manos.
-Y bien corazón, ¿qué quieres exactamente?-dijo mirándome a los ojos y acariciándome la cara con dulzura, más como una madre que como una amante.
Apuré la copa de un trago y gasté mis últimos cartuchos de valor explicándole que no quería un simple mete-saca si no algo más personal, un poco de conversación, mimos, cariñitos... sin estar pendiente del reloj.
Sonrió y me beso en los labios con dulzura. Yo siempre había creído que las putas no hacían eso y desterré mi sorpresa y mi pánico al más remoto lugar de mi mente lo más rápidamente que pude y le devolví el gesto con un beso apasionado cargado de urgencias y deseos.
Poco a poco nos fuimos desnudando dejando un rastro de prendas desde el salón hasta la cama. No podía separarme de ella, mis manos exploraban sus curvas delirantes y el sabor de su piel explotaba en mi paladar como si de una fruta madura se tratara. La descubría y me descubría a mi mismo, temblaba con cada caricia suya y jamás creí que mi cuerpo fuera tan erógeno, nadie me había tocado así. Cuando subió sobre mi como una amazona indómita me abrasé en su fuego y le rogué a los dioses que aquello no fuera un sueño. Abrí los ojos de par en par para no perderme el espectáculo de su cuerpo balanceándose sobre el mío, de sus muslos robustos presionando mi cuerpo, de sus pechos subiendo y bajando, de su cara de vicio, de sus manos pellizcándome los pezones, de su culo golpeando mi cadera. Restringí los sonidos que llegaban a mis oídos para no perderme sus jadeos, sus gemidos de gata en celo, sus susurros, las palabras que decía para enardecerme y me olvidé que era una puta. Olvidé que había pagado por que me quisiera. Olvidé que yo era uno más y la amé, y la estreché entre mis brazos cuando simuló un orgasmo y la apreté bien fuerte mientras la volteaba y poniéndome sobre ella la penetré de nuevo mientras saboreaba aquellos pezones puntiagudos y conseguía, esta vez si, que su cuerpo se convulsionará y entre gritos nos corrimos los dos y la besé, y dejó de ser una puta para ser simplemente Teresa.

Sus piernas robustas apenas aparecían y desaparecían cubiertas por las sábanas. A ella no le gustaban y a mí me parecían maravillosas y me entretenía en descubrirle nuevos puntos sensibles con mi lengua. La primera vez que intenté hacérselo ella se resistió y no volví a intentarlo hasta un año después. Para entonces yo ya no era un cliente, me había convertido en su amante habitual primero y en un amigo después. Se dejó hacer reticente, más tarde me confesaría que nadie se había fijado en sus piernas y que eso era lo que había acabado de convencerla de que eran horribles. Empecé por los dedos del pie derecho, lamiendo despacio mientras acariciaba su pantorrilla, saboreé su empeine hasta llegar al tobillo, mordisqueé su talón deseando devorarla entera. Arrodillado ante ella, con su pierna sobre mis hombros, no podía dejar de mirar sus muslos abiertos, su sexo rojizo empapado, su pequeño clítoris asomando entre los suaves labios. Llegué a sus rodillas y toda ella era ya sensibilidad pura, al menor roce se agitaba, su piel erizada pedía más a gritos, sus pezones desafiaban a la gravedad de una manera espectacular y una sacudida recorrió su cuerpo cuando mi lengua se posó en su sexo, abriéndolo despacio para saborearla una vez más antes de volver a empezar con la otra pierna sabiendo que lo que ella deseaba en ese momento en tenerme encima taladrándola sin piedad hasta hacerla enloquecer. Su mirada me suplicaba y yo seguí despacio, arrancándole gemidos con mi aliento, glorificando con mis dedos y mi boca aquellos muslos de seda que me ahogaban y a los cuales no quería abandonar. Sentí llegar su orgasmo antes de que empezara a gritar cuando eche mi aliento sobre su clítoris y la penetre con mis dedos despacio pero cada vez más profundamente. Se arqueó y empujo mi cabeza contra su sexo, al instante mi cara quedó empapada con sus jugos mientras su vagina parecía querer cortarme los dedos a cada contracción. No le di tregua, sin sacarle los dedos la ayude a ponerse de espaldas y así a cuatro patas sustituí mis dedos por mi sexo ansioso y la embestí con fuerza como a ella le gustaba, mis dedos se clavaban en sus caderas y ella gritaba pidiéndome más deshaciéndose en una serie de orgasmos encadenados que parecían no tener fin. Caí rendido sobre ella, ebrio de placer sin haberme corrido pero feliz.
Con los años nuestra amistad se fue intensificando y los fines de semana se repartían entre su casa y la mía. Crecí a su lado y me dejé moldear por ella ávido de aprender todo lo que quisiera enseñarme. Fue una amante pero también una madre, una amiga y una hermana. Yo no le preguntaba por su trabajo y ella no me daba explicaciones. La nuestra era una curiosa relación de pareja, no había amor entre nosotros pero si una curiosa dependencia sexual que crecía al mismo tiempo que la amistad.

Ella se dio la vuelta sin despertar y automáticamente me pegué a su espalda, su sexo contra sus nalgas. Me aparté un poco de ella, levanté la sábana para mirar su culo antes de volverme a pegar. Me sorprendió que me pidiera que la azotara, apenas si la había visitado tres o cuatro veces, todavía era su cliente y en mis fantasías nunca había entrado la violencia. Ella me enseñó la diferencia entre violencia e incitación. Me hacía sentar en el sillón orejero de la sala y se tumbaba de espaldas sobre mis rodillas, con el tanga enredado en sus rodillas.
-He sido mala-me decía con una mueca traviesa en su cara.
La azotaba despacio con palmadas suaves, a cada golpe la carne trémula de sus nalgas temblaba y notaba como ella se arqueaba más, provocándome. Yo le seguía el juego, golpeándola cada vez más cerca de su sexo que ella consciente o inconscientemente dejaba al descubierto al abrir las piernas. La notaba caliente y cada vez más excitada y seguía con las palmadas al mismo tiempo que dejaba colar mis dedos por su raja húmeda y ávida de mí. Veía como se enrojecía su culo casi tanto como su cara y mi sexo crecía bajo ella aprisionado por los pantalones que ella cruel, no me había dejado quitar. Poco a poco sustituía los azotes por caricias, le separaba delicadamente los labios carnosos de su sexo y la masturbaba con toqueteos suaves en su clítoris y amagos de penetración hasta que no podía más y me pedía a gritos que la follara de una vez. Incapaz de resistirme, la tumbaba sobre la alfombra y desabrochándome a toda prisa el pantalón, sin acabar de quitármelo se me iba el alma entrando y saliendo de su sexo como un poseso mientras le susurraba al oído: “Creo que tendré que castigarte más a menudo” cosa que provocaba su orgasmo y como respuesta el mío.
Con el tiempo estos juegos se fueron espaciando al mismo tiempo que las visitas, cada encuentro era menos apasionado que el anterior y las confidencias sustituían a los orgasmos. La amistad sustituyó al sexo y la distancia apaciguó las llamas hasta que llego un día en que oír Teresa no me hizo hervir la sangre, ni me esponjó los huesos, ni me anuló la razón y comprendí que nuestro tiempo había pasado.

-Teresa... ¡es una larga historia! Si te portas bien y no tardas demasiado en quitarte ese traje antes de que te lo arranque a mordiscos... ¡Quizás te lo explique!
-Jajajaja ¡Eres un chantajista!- me dijo empezando a desabrocharse la blusa con un mohín de niña caprichosa.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Disfraces Navideños

Aquí me tenéis rendida ante la Navidad a pesar de ser antinavideña. ¿Quien puede resistirse a estos disfraces?
Sólo de pensar la cara que pondrá alguno cuando me vea vestidita de rojo, dispuesta a regalarle... Se me pone la sonrisa de oreja a oreja.
Como veréis hay modelos para todas y como siempre en tallas grandes para las que estamos en el club de las XXX.... y estamos contentas con ello. Para las que sigáis los cánones de la moda, no hay problema, encontrareis estos modelitos en vuestra talla visitando la web: LENCERÍA CACHONDA.

Divertido disfraz "Mama Noel" compuesto por vestido escote palabra de honor en terciopelo y remates de peluche, cinturón a juego.Incluye guantes,gorro y colgante. De 1X a 4XOriginal minivestido en terciopelo con remates en peluche blanco, con capucha y cremallera delantera. De 1X a 4X
Divertido conjunto 3 piezas confeccionado en ligero punto de lycra, compuesto por camiseta con capucha, tanga y guantes. Talla única grandeMama Noel pin-up lleva un vestidito rojo con topos blancos con cinturón de charol el la cintura y falda de vuelo rematado con puntilla. Como accesorios lleva el gracioso gorro con lazo rojo de topos y guantes blancos hasta el codo. De 1X-4X
Divertido disfraz compuesto por vestido en terciopelo elástico, copas enriquecidas con piedras brillantes, y tirantes regulables.Incluye gorro a juego. De 1X-4XAlegre vestido de mama Noel en rojo brillante.Tiene un gran escote con transparencias y cinturón con sujeción por debajo del pecho. En su parte inferior va rematado con tela de peluche blanca y también lleva el gorro. De 1X-4X
Atrevido disfraz de mama Noel con tejido de satén. Faldita con tirantes y delantal con cinturón a juego. En la parte del pecho tejido en forma de tubo. Incluye el gorro y juego para jugar a las prendas. Talla única grandeSe la autentica duendecilla de papa Noel con este maravilloso disfraz en color verde y detalles en rojo. Con gran escote y acabo en diferentes picos con cascabeles en sus puntas. También incluye la braguita y el lazo con cascabel para la cabeza. Talla única grande


Quien dijo que la Navidad era tiempo de paz y sosiego no había visto nunca estos disfraces. Ni había recibido su "regalo" de manos de una Mamá Noel particular.
Más cosas y otras tallas pinchando aquí:

miércoles, 3 de diciembre de 2008

El Retrato

Nuestras miradas se cruzaron un instante, apenas el tiempo suficiente para reconocernos en medio de toda aquella gente que llenaba el vagón del metro. Una sonrisa iluminó nuestras caras al mismo tiempo que los dos desviábamos la mirada, como cada día desde hacía una semana. Desde aquel martes en que coincidimos por primera vez en el mismo vagón, a la misma hora y nos miramos con aire ausente, como se suele mirar en el metro.
Estábamos juntos aunque separados por docenas de personas durante tres paradas y luego él desaparecía entre la multitud, cargado de libros para volver a aparecer al día siguiente. No nos habíamos hablado, ningún gesto nuestro invitaba a un avance y sin embargo nos sonreíamos de forma instantánea al vernos.
Aquel día al bajar del vagón se le cayó una libreta al suelo. La recogí pero era demasiado tarde. Él, no se había dado cuenta de la pérdida y se perdía entre la gente del anden mientras el metro reanudaba la marcha.
Juro que no quería mirar pero mi curiosidad fue mas fuerte y nada mas llegar a casa me puse a ojear el cuaderno. En la cubierta su nombre, Javier Martín. Las siguientes hojas eran apuntes de matemáticas. Los números y las formulas, perfectamente alineadas, formulas perfectamente alineadas, rellenaban las hojas. Tenía una escritura redondeada y clara. Y utilizaba el rojo para subrayar títulos y frases importantes. Sin duda era un hombre muy ordenado. De repente... ¡Sorpresa! Un retrato a lápiz de una mujer desnuda, de rodillas, con una mano en el pecho y la otra en sus labios. No era una figura perfecta ni mucho menos. Caderas y piernas gruesas, barriga, pechos pequeños. El rostro era bonito enmarcado por una melena rizada, embellecido por la expresión de placer que se reflejaba en él.
De repente me di cuenta de que la mujer del retrato se parecía bastante a mi, pero no podía ser. Una casualidad sin duda.
Fui hasta mi habitación y me desnudé. Me puse de rodillas frente al espejo imitando a la mujer dibujada. Me solté el pelo y coloqué una de mis manos en el pecho izquierdo, la otra en los labios, lamiendo uno de mis dedos. Solo tenia que poner la expresión y .........¡Era yo!
Por increíble que me pareciera, aquel chico me había imaginado desnuda y lo había plasmado en su libreta de apuntes. Mi mente empezó a fantasear. Soñaba despierta que posaba para él. Acariciaba mi pecho, pellizcando suavemente el pezón endurecido. Lamía mis dedos, los pasaba por mis labios y me mojaba el cuello con ellos sin dejar de mirarme al espejo, como si él estuviera detrás captando mis movimientos para dibujarlos en un papel.
Me excité y mi mano descendió hasta mi sexo. Acaricié el vello suavemente, entreabriendo los labios. Mi única preocupación era que él me viera a través del espejo. Mis dedos tocaban levemente mi clítoris hinchado y notaba como me mojaba por momentos. Los gemidos llegaban a mis oídos amortiguados como si no salieran de mi boca. Chupaba mis dedos y mojaba con ellos mis pezones. El orgasmo llegó casi instantáneo y el espejo me devolvió la imagen de una figura desmadejada, mis muslos atrapaban una de mis manos, la otra sobre el suelo cerca del cuaderno abierto, la cara inclinada, ojos brillantes, labios entreabiertos. Ahora mi expresión era muy parecida a la del dibujo. Sonreí hacia mi reflejo y me besé a mi misma posando mi boca sobre la fría superficie.
Le di muchas vueltas antes de decidirme a devolverle la libreta. Me fascinaba su letra redonda y perfectamente alineada, sin borrones y el dibujo se había convertido en una obsesión y me masturbaba diariamente frente al espejo con el solo fin de que mi cara alcanzara el placer que él había dibujado en una hoja de papel.
Seguíamos viéndonos cada día y nuestros hábitos eran los mismos: mirada, sonrisa y olvido. Sin embargo en un par de ocasiones sus ojos se quedaron fijos en mi. Entonces yo notaba un cosquilleo en mi nuca, inevitablemente buscaba la causa y allí estaba él, a un palmo de mí interrogándome con su examen silencioso. Lo sabía, seguro que lo sabía y yo, cobarde como siempre, no me atrevía a ir más allá.
Hoy se lo devolví. Apenas me contesto con un gracias apresurado que me permitió oír su voz por primera vez. Era grave y a la vez suave, muy varonil. Sin duda sería un elemento más a añadir a mis fantasías solitarias.
Esperé todo el fin de semana una llamada suya. ¿Quizás no habría abierto el cuaderno? ¿Tal vez seguía en el fondo de su mochila? O mucho más simple, yo era una idiota rematada que me había hecho ilusiones sin ninguna base y encima me ponía en ridículo delante de él escribiendo mi número de teléfono y dirección a los pies del retrato. ¡Cómo podía ser tan infantil! Mi nerviosismo se incrementaba por momentos, el encierro voluntario se me hacía eterno. Recordaba cada palabra que escribí junto al retrato: “Llámame. Te necesito. Laura”
Le enviaba mensajes mentales creyendo ciegamente en la telepatía. Pronunciaba su nombre una y otra vez, pero nada funcionó. El aparato se obstinaba en seguir mudo y yo ya estaba anímicamente destrozada y con una decisión tomada. No volvería a verle, cambiaría el horario.
Eran las doce de la noche del domingo cuando el sonido metálico del teléfono me despertó. Me había quedado dormida en el sofá. Miles de hormigas se instalaron en mi estomago aún antes de descolgar el auricular. ¿Sería él?
-Si, diga.
-Me gustaría que te desnudaras y posaras para mí.
Mi respiración se aceleró. Era él. Tardé unos segundos eternos antes de contestar. En mi mente reinó el caos. Se había llenado en un instante de imágenes suyas mezcladas con retratos a medias y con mi cuerpo desnudo.
-De acuerdo- atiné a decir -¿Qué debo hacer?
-Deja la puerta de tu casa abierta. Desnúdate. Coge el foulard rojo de seda que llevabas el otro día y véndate los ojos. Espérame de rodillas en tu salón.
Colgó. Mecánicamente seguí sus instrucciones. Mil y una dudas me asaltaban. Tenía miedo y a la vez estaba más excitada que nunca. Mis nervios estaban a flor de piel, pero no había marcha atrás.
Llevaba un par de minutos arrodillada en el salón cuando oí cerrarse la puerta de la calle. Mordí ligeramente mis labios para no gritar. Estaba arriesgando mucho. No sabía quien era el dueño de los pasos que se acercaban a mí.
Sus labios sobre los míos me relajaron al instante. Fue un beso largo pero suave. Soltó mi pelo y éste cayó sobre mi espalda y pecho cubriendo a medias mi desnudez. Sus manos acariciaban mi rostro, limpiando las dos lágrimas tontas que se deslizaban por mis mejillas. ¡Era feliz! Sus dedos recorrieron todo mi cuerpo: el cuello, los pechos, mi abdomen, mis muslos, mi columna. Me hacía saltar como un resorte, tenía toda la piel erizada, me sentía deseada y quería que aquel hombre me poseyera salvajemente.
Creo que podía leer mi pensamiento porque me susurro al oído mientras mordisqueaba el lóbulo de la oreja “Tranquila cariño, disfruta del momento”.
Sus dientes marcaban mis pezones, imperceptiblemente primero, con suavidad después y por ultimo con avidez. Esa mezcla de placer y dolor me hacía gemir cada vez más fuerte. Descubrió mis ojos y me miró sin dejar escapar su presa de su boca. Buscaba mi aceptación cuando de sobras sabía que me tenía rendida.
Separo un poco mis muslos y su lengua recorrió mi sexo húmedo, ansioso de él y subió hasta mi boca para compartir el sabor salado de mi sexo.
Una de sus manos recorría mi espalda mientras que la otra hundida en mi sexo, acariciaba los suaves labios, entreabriéndolos y alcanzando mi clítoris. Estaba al borde del orgasmo cuando de repente dejo de besarme, su caricia se hizo más suave y mirándome a los ojos me pidió que me masturbara para él mientras me dibujaba.
No lo dude y mis dedos sustiyeron a los suyos en mi sexo y volví a pellizcar mis pezones sin dejar de acariciarme. Me balanceaba lentamente para incrementar el placer mirándole fijamente a los ojos.
El lápiz se movía rápidamente sobre el papel y su cara expresaba un placer dolorosamente contenido cada vez que me miraba y me oía gemir. Su sexo erguido ante mí palpitaba y brillaba cubierto de diminutas gotas de semen imposibles de contener.
Era una imagen tremendamente sexual, mucho más erótica que cualquiera de mis fantasías de días atrás. Mi vagina se contrajo alrededor de mis dedos, jadeaba y cerrando los ojos me abandoné al placer. No se había disipado aún el orgasmo cuando le sentí tras de mí. Me mordía la nuca. Acariciaba mis pechos y me inclinaba suavemente hacia delante hasta acabar a cuatro patas. Su sexo se hundió en mi lentamente, gozando cada milímetro de su avance hasta acabar llenándome. Me cogió de las caderas y me empujó contra él fuertemente. La pasión contenida se desbordó, el instinto sustituyó lo aprendido, los movimientos eran cada vez mas rápidos, sus manos eran garras clavadas en mis caderas, gritábamos y un nuevo orgasmo me sacudió. Todo mi cuerpo temblaba pegado al suyo y él seguía envistiéndome ajeno al cansancio, encadenando mis orgasmos hasta que con un grito cayó sobre mí. Sentí su semen caliente inundar mi vagina que palpitaba fundida a su pene.
No sé cuanto tiempo permanecimos así, tumbados sobre el suelo uno sobre el otro. No quería moverme para no deshacer la magia del momento. Su aliento en mi nuca hacía que mi excitación no disminuyera. Los dedos de una de sus manos jugaban con mis pezones que estaban muy sensibles tras la serie de orgasmos, la otra acariciaba mis muslos ascendiendo hasta mi sexo, notaba su sexo endurecerse sobre mis nalgas.
Uno de sus dedos empapado en mis jugos acariciaba mi ano, mojándolo y penetrándolo lentamente. Todo mi cuerpo se tensó expectante ante la nueva caricia.
-Relájate mi amor, lo voy a hacer muy suavemente. Te gustara- Me dijo tranquilizadoramente ignorando que yo lo deseaba tanto como él. Poco a poco su dedo fue entrando en mi, sus besos por mi cuello se incrementaron, su otra mano acariciaba los labios de mi sexo recorriéndolos poco a poco, rozando mi clítoris levemente, enredándose en mi vello. Otro de sus dedos acompaño al primero iniciando un leve movimiento. Mis caderas que buscaban mas placer se movían hacía él. Sus dedos fueron sustituidos por su sexo, un leve dolor fue rápidamente transformándose en una sensación indescriptible. Me gustaba tenerle allí, lo deseaba cada vez más. Sus manos agarraban mis caderas, mis pechos, tiraban de mi pelo. Sus gemidos eran roncos. Nuestros cuerpos ardían y de nuevo el placer se derramó entre nosotros. Lo ultimo que vi antes de dormirme entre sus brazos fue mi retrato caído en el suelo cerca de nuestras caras aun más hermoso si cabe que el que yo ya conocía.
A veces me parece reconocerle entre el montón de gente que llena los vagones del metro. Busco su mirada huidiza, su sonrisa y el cuaderno marrón que siempre le acompaña pero hace mucho tiempo que no nos encontramos aquí, exactamente dos años.
El principio de nuestra vida en común vino acompañado de un cambio de trabajo y en consecuencia el final de nuestros viajes compartidos. Lo añoro y él lo sabe y cada noche trata de compensarme con una nueva caricia, un dibujo improvisado o una flor recogida en el camino.
Hoy creo que lo veré, no trabaja e imagino que encontrará mi nota junto a al retrato de nuestros cuerpos desnudos entrelazados: “Línea azul. 22.30, vagón seis. Te necesito. Laura”